A veces todo se alinea sin que te des cuenta. Un día cualquiera, un trayecto en coche y, de pronto, en la radio, una conversación sobre planetas te atrapa sin previo aviso. Tritón, con sus géiseres helados que silban en la distancia. Urano, condenado a un frío que nadie sabe explicar. Neptuno, silencioso, esperando otra visita que tal vez nunca llegue. Escuchaba sin hablar, con esa atención tranquila que solo se da cuando el mundo exterior queda en pausa y todo lo que importa cabe en una voz y un cristal empañado.
La música a este número de Calma la pone Gustav Holst con un fragmento de Los planetas. En concreto, una de las piezas más bonitas: Neptuno.
Lo curioso es que, en paralelo, estaba leyendo El café de la luna llena, un libro que transcurre en una pequeña cafetería regentada por un gato tricolor que habla, lee cartas astrales y acompaña a los clientes en un viaje inesperado por su interior. Una novela amable, de esas que no piden nada salvo que te dejes llevar. Y quizá por eso, sin haberlo planeado, se cruzó con los planetas de la radio. Uno hablaba de órbitas reales y temperaturas extremas, el otro de mapas emocionales y etapas de la vida. Pero los dos, a su manera, hablaban de lo mismo: de ciclos, de transiciones, de encontrar sentido en lo que no controlamos.
El café de la luna llena, de Mai Mochizuki, se inscribe en esa corriente feel good japonesa que mezcla ternura, magia cotidiana y enseñanzas sutiles. Aquí, los planetas del sistema solar no solo orbitan alrededor del Sol, sino también alrededor de nuestras vidas. Cada uno representa una etapa vital: la Luna, la infancia; Mercurio, la adolescencia; Venus, la juventud del descubrimiento y el amor; el Sol, la consolidación. Y así, hasta llegar a Plutón, el instante del final. Pero el mensaje no es triste: es un recordatorio de que solo si completamos bien un ciclo podremos avanzar al siguiente. Que crecer no es correr, sino atravesar cada fase con los ojos abiertos.
la valentía que nace de la duda se marchita al primer golpe de viento en contra. La capacidad de resistencia solo nace de la confianza y que solo quien confía en sí mismo puede resistir y no dar por bueno un rechazo sin más.
Entre cafés, astrología y sonatas de Beethoven, la novela propone una pausa. Una invitación a mirar hacia dentro con la misma curiosidad con la que miramos las estrellas. En uno de sus pasajes más bonitos, el dueño de la cafetería explica: “La valentía que nace de la duda se marchita al primer golpe de viento en contra. La capacidad de resistencia solo nace de la confianza, y solo quien confía en sí mismo puede resistir y no dar por bueno un rechazo sin más”. Frases que suenan suaves, pero que, como los géiseres de Tritón, esconden una presión invisible que de pronto lo transforma todo.
Quizá El café de la luna llena no escape del molde, pero cumple con lo que promete: una lectura amable, previsible, y sin grandes sobresaltos. ¿Eso es bueno? Depende. A estas alturas, lo feel good japonés corre el riesgo de convertirse en una etiqueta vacía. Todo se empaqueta igual: gato místico, lección de vida, dulzura medida al milímetro. Tal vez no todo necesite una moraleja envuelta en celofán. O tal vez sí, pero convendría recordarnos que también hay belleza en lo que incomoda.
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